Dedicado en exclusiva al estudio del cabello, el nuevo centro parisino coordina una red con otros cinco centros regionales repartidos por el mundo (Japón, China, India, Estados Unidos y Brasil). Para llevar a cabo sus investigaciones cuenta con una legión de químicos, físico-químicos, ópticos, expertos en ciencia de materiales, e incluso matemáticos, que trabajan empleando sofisticada instrumentación científica para analizar las propiedades químicas y mecánicas del pelo. Y con peluqueros y estilistas que trabajan codo con codo para recopilar información del cabello de voluntarios y sus propiedades sensoriales a diario.
Estos profesionales tienen a su disposición sofisticados instrumentos, algunos desarrollados de forma exclusiva por y para el Centro Global de Investigación del Cabello. Es el caso de un curioso robot dedicado a automatizar la formulación de diferentes mezclas de compuestos, que ocupa una habitación completa y genera miles de fórmulas diferentes cada día, que luego los químicos y físicos ponen a prueba en el laboratorio sobre cabellos humanos. En la habitación contigua, biofísicos testan las propiedades mecánicas del cabello, cómo se mueve, o cómo le afecta el sol, entre otros muchos aspectos. Al instrumental se añaden varios microscopios electrónicos de barrido que permiten estudiar la estructura molecular del pelo, distinguir qué diferencia los lisos de los rizados o averiguar cuáles son los principales polímeros que lo protegen de las agresiones ambientales. Sin olvidar que el nuevo centro cuenta con equipos bioinformáticos dedicados a modelizar matemáticamente los parámetros del cabello para facilitar su estudio y desarrollar simulaciones moleculares que permitan predecir su comportamiento y realizar miles de pruebas sobre la pantalla en cuestión de minutos. Y todo teniendo en cuenta que "no hay un pelo igual a otro", tal y como explicaba el director general de I+D de L'Oréal, que en la inauguración insistió en que esta diferencia se observa tanto a nivel individual como entre países.
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